lunes, 1 de septiembre de 2014
William Ospina
(Padua, Tolima, Colombia, 1954). Poeta, ensayista, novelista y traductor. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Santiago de Cali y trabajó como publicista y periodista entre 1975 y 1990. En 1992 ganó el Premio Nacional de Poesía con El país del viento. En 2003, obtuvo el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas por Los nuevos centros de la esfera. Entre sus ensayos se cuentan Es tarde para el hombre (1992), ¿Dónde está la franja amarilla? (1996), Las auroras de sangre (1999), América mestiza (2004) y En busca de Bolívar (2010). Escribió la llamada trilogía del Amazonas, compuesta por Ursúa (2005), El País de la Canela (Premio Rómulo Gallegos 2008) y La serpiente sin ojos (2012) sobre los primeros viajes de los conquistadores al Amazonas. Tradujo al español los sonetos de William Shakespeare.
Sus libros de poemas: Hilo de arena (1986), El país del viento (1992), La luna del dragón (1993), ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995), África (1999),
***
Hoy
¿Recuerdas esa tarde en el Pireo? Ardía
En la iglesia ortodoxa la extraña ceremonia.
Atenas se agrandaba con la muerte del día,
Orión iba girando sobre la plaza Omonia.
Vivas como el amor nos urgían las calles,
Para hablar era el mundo un estrecho recinto,
Ante las blancas casas las naves en los valles
Y allá lejos los besos de una noche en Corinto.
Qué viva estaba Grecia, como el amor. Los buses,
Los barbados patriarcas, las duplicadas cruces,
Rojo vino de Samos, semáforos y olivas.
Y hoy que evoco esos fuegos, Atenas, las colinas,
El amor demorándonos en las blancas esquinas,
Ya sólo aquellas ruinas parecen estar vivas.
El geólogo
Aquí hubo un mar hace un millón de años.
El hombre no lo sabe, más la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
Todo de piedra ya, forma magnífica
Que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
Que acaso fueron seres dolorosos,
Sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
Y el trémolo extasiado de la salamandra
Tan sólo hay tiempo.
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